miércoles, 14 de abril de 2010

MALENITA

− Acúsome, padre, que he pecado.
− ¿Hace cuánto que te confesaste, hijita?
− Hace apenas una semana, padre.
− Dime tus pecados.
− Es que yo le quería preguntar, padre, qué es lo que tengo que la última semana he estado pensando mucho en Raúl.
− Bueno, hijita. Pero siempre le has tenido echado el ojo a Raulito, ¿o es otro Raúl?
− No, padre. Es el mismo. Pero fíjese que esta semana ya pensé más en él y no sé qué hacer.
− ¿Por qué, Malenita?
− Es que, padre, esta semana me imaginé que estaba con él y que me besaba.
− Bueno, Malenita, pero eso es normal.
− Mire padre, la verdad es que eran unos besos requete bien apasionados. Había mucha lengua y mucho intercambio de saliva.
− Malena, pero a la mejor estás exagerando.
− No padre, espérese. Mire. Yo me imaginé que lo besaba y la verdad es que me encantó estar pensando en eso y hasta cerré mis ojos a propósito para que mi pensamiento volara.
− Pero Malena, eso no es muy propio de una chica tan decente como tú. Piensa en la educación que te han dado tus padres y las esperanzas que tienen de que te cases de blanco.
− Bueno, padre. Pues por eso me vengo a confesar. Déjeme le cuento.
− A ver, Malena. Sigue.
− Pues mire. Lo que pasa es que empecé a sentir muy bien de pensar que lo besaba y hasta me empezó a dar calor y me quité la ropa.
− Marielena…
− Y luego me siguió dando calor y Raúl me seguía besando y yo a él. Y entonces él también se quitaba la ropa.
− ¡Marielena!
− Déjeme que le diga para poder terminar con toda mi confesión.
− Prosigue.
− Mire. Pues el caso es que terminábamos los dos sin ropa y nos acariciábamos bien suave y nuestra respiración se empezaba a acelerar. Fue muy raro, porque mi cuerpo como que empezó a hormiguear nomás de imaginarme que él me tocaba.
− Ajá.
− Y luego él ya no sólo me besaba en los labios, sino que me besaba en otras partes del cuerpo y yo me empezaba como a retorcer. Entonces yo también lo besaba en otras partes y él también se retorcía.
− María Elena…
− Padre, fueron unos pensamientos muy vívidos y la verdad es que me siento un poco apenada y no sé qué hacer.
− Mira, María Elena. Todo eso que me acabas de contar es un enorme pecado. Tienes que rezarte diez Rosarios y venir los siguientes tres domingos a ayudarme a recoger las limosnas. Te tienes que arrepentir y proponerte no volver a tener esos malos pensamientos.
− Está bien padre.

Todavía en el pasillo de la iglesia, pegada al celular:
− ¿Raúl? Habla Malenita. Oye, antes de que me arrepienta ¿puedes venir a verme hoy en la tarde antes de que lleguen mis papás? Si ya me voy a echar tanta penitencia, por lo menos que valga la pena.

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