− Pase por aquí.
− Buenas tardes oficial.
− ¿Cuál es el motivo de su visita?
− Estoy paseando. Vine el fin de semana a San Salvador y voy de regreso a Nicaragua donde vivo actualmente.
− ¿Documentos?
− Aquí están.
− Mmmmmmm. Oiga, pero ¿qué hace un mexicano manejando un auto, tan lejos de su tierra y solo?
− Lo que pasa es que trabajo en una empresa internacional y me mandaron a Managua, para un proyecto de seis meses y ahorita que tuvimos un fin de semana largo aproveché para conocer un poco por acá.
− ¿Y por qué por Honduras no decidió pasear? ¿qué no le gustamos los hondureños?
− No, no es eso. El próximo viaje es a Honduras. Ahorita aproveché el fin de semana largo. Como sea Honduras ya me queda pegadito.
− No entiendo el “ahorita” de los mexicanos, pero no importa. Por favor bájese del vehículo ¿de quién es?
− Es de la empresa para la que trabajo.
− A ver. Muéstreme los documentos del auto, también.
− Aquí tiene.
− Quédese aquí, a un lado. Déjeme ir a hablar con mi superior.
− Está bien.
− Que dice que pase allá a la sombra. En un momento venimos con usted.
− Gracias.
− ¿Necesita algo?
− Nomás mis papeles.
− Están en buenas manos, no se preocupe. Aquí está su pasaporte, su licencia y el registro del auto, no se pierden.
− Gracias.
− Siéntese ahí.
− Gracias.
− Mire, mi superior dice que se tiene que esperar.
− Oiga, es que ya llevo casi una hora aquí.
− Sí, hace calor ¿no es cierto? ¿quiere agua?
− Si tiene.
− Aquí está.
− Gracias. ¿Todavía tardaremos mucho?
− No sé. Tenemos que esperar.
− Disculpe ¿qué hay algún problema?
− No, ninguno.
− Disculpe de nuevo, pero me gustaría saber si está pasando algo o por qué estamos esperando.
− Mire, el jefe dice que pocas veces pasa un mexicano por aquí en auto y que va a aprovechar.
− Oiga, ya pasó otra hora, ¿me podría decir qué estamos esperando o si me pudiera ayudar a entender qué es lo que “el jefe” quiere aprovechar?
− Mire, ya fueron por la guitarra. Como todos los mexicanos se saben las rancheras, el jefe no quiere dejarlo ir sin que le toque algo.
sábado, 3 de julio de 2010
miércoles, 14 de abril de 2010
MALENITA
− Acúsome, padre, que he pecado.
− ¿Hace cuánto que te confesaste, hijita?
− Hace apenas una semana, padre.
− Dime tus pecados.
− Es que yo le quería preguntar, padre, qué es lo que tengo que la última semana he estado pensando mucho en Raúl.
− Bueno, hijita. Pero siempre le has tenido echado el ojo a Raulito, ¿o es otro Raúl?
− No, padre. Es el mismo. Pero fíjese que esta semana ya pensé más en él y no sé qué hacer.
− ¿Por qué, Malenita?
− Es que, padre, esta semana me imaginé que estaba con él y que me besaba.
− Bueno, Malenita, pero eso es normal.
− Mire padre, la verdad es que eran unos besos requete bien apasionados. Había mucha lengua y mucho intercambio de saliva.
− Malena, pero a la mejor estás exagerando.
− No padre, espérese. Mire. Yo me imaginé que lo besaba y la verdad es que me encantó estar pensando en eso y hasta cerré mis ojos a propósito para que mi pensamiento volara.
− Pero Malena, eso no es muy propio de una chica tan decente como tú. Piensa en la educación que te han dado tus padres y las esperanzas que tienen de que te cases de blanco.
− Bueno, padre. Pues por eso me vengo a confesar. Déjeme le cuento.
− A ver, Malena. Sigue.
− Pues mire. Lo que pasa es que empecé a sentir muy bien de pensar que lo besaba y hasta me empezó a dar calor y me quité la ropa.
− Marielena…
− Y luego me siguió dando calor y Raúl me seguía besando y yo a él. Y entonces él también se quitaba la ropa.
− ¡Marielena!
− Déjeme que le diga para poder terminar con toda mi confesión.
− Prosigue.
− Mire. Pues el caso es que terminábamos los dos sin ropa y nos acariciábamos bien suave y nuestra respiración se empezaba a acelerar. Fue muy raro, porque mi cuerpo como que empezó a hormiguear nomás de imaginarme que él me tocaba.
− Ajá.
− Y luego él ya no sólo me besaba en los labios, sino que me besaba en otras partes del cuerpo y yo me empezaba como a retorcer. Entonces yo también lo besaba en otras partes y él también se retorcía.
− María Elena…
− Padre, fueron unos pensamientos muy vívidos y la verdad es que me siento un poco apenada y no sé qué hacer.
− Mira, María Elena. Todo eso que me acabas de contar es un enorme pecado. Tienes que rezarte diez Rosarios y venir los siguientes tres domingos a ayudarme a recoger las limosnas. Te tienes que arrepentir y proponerte no volver a tener esos malos pensamientos.
− Está bien padre.
Todavía en el pasillo de la iglesia, pegada al celular:
− ¿Raúl? Habla Malenita. Oye, antes de que me arrepienta ¿puedes venir a verme hoy en la tarde antes de que lleguen mis papás? Si ya me voy a echar tanta penitencia, por lo menos que valga la pena.
− ¿Hace cuánto que te confesaste, hijita?
− Hace apenas una semana, padre.
− Dime tus pecados.
− Es que yo le quería preguntar, padre, qué es lo que tengo que la última semana he estado pensando mucho en Raúl.
− Bueno, hijita. Pero siempre le has tenido echado el ojo a Raulito, ¿o es otro Raúl?
− No, padre. Es el mismo. Pero fíjese que esta semana ya pensé más en él y no sé qué hacer.
− ¿Por qué, Malenita?
− Es que, padre, esta semana me imaginé que estaba con él y que me besaba.
− Bueno, Malenita, pero eso es normal.
− Mire padre, la verdad es que eran unos besos requete bien apasionados. Había mucha lengua y mucho intercambio de saliva.
− Malena, pero a la mejor estás exagerando.
− No padre, espérese. Mire. Yo me imaginé que lo besaba y la verdad es que me encantó estar pensando en eso y hasta cerré mis ojos a propósito para que mi pensamiento volara.
− Pero Malena, eso no es muy propio de una chica tan decente como tú. Piensa en la educación que te han dado tus padres y las esperanzas que tienen de que te cases de blanco.
− Bueno, padre. Pues por eso me vengo a confesar. Déjeme le cuento.
− A ver, Malena. Sigue.
− Pues mire. Lo que pasa es que empecé a sentir muy bien de pensar que lo besaba y hasta me empezó a dar calor y me quité la ropa.
− Marielena…
− Y luego me siguió dando calor y Raúl me seguía besando y yo a él. Y entonces él también se quitaba la ropa.
− ¡Marielena!
− Déjeme que le diga para poder terminar con toda mi confesión.
− Prosigue.
− Mire. Pues el caso es que terminábamos los dos sin ropa y nos acariciábamos bien suave y nuestra respiración se empezaba a acelerar. Fue muy raro, porque mi cuerpo como que empezó a hormiguear nomás de imaginarme que él me tocaba.
− Ajá.
− Y luego él ya no sólo me besaba en los labios, sino que me besaba en otras partes del cuerpo y yo me empezaba como a retorcer. Entonces yo también lo besaba en otras partes y él también se retorcía.
− María Elena…
− Padre, fueron unos pensamientos muy vívidos y la verdad es que me siento un poco apenada y no sé qué hacer.
− Mira, María Elena. Todo eso que me acabas de contar es un enorme pecado. Tienes que rezarte diez Rosarios y venir los siguientes tres domingos a ayudarme a recoger las limosnas. Te tienes que arrepentir y proponerte no volver a tener esos malos pensamientos.
− Está bien padre.
Todavía en el pasillo de la iglesia, pegada al celular:
− ¿Raúl? Habla Malenita. Oye, antes de que me arrepienta ¿puedes venir a verme hoy en la tarde antes de que lleguen mis papás? Si ya me voy a echar tanta penitencia, por lo menos que valga la pena.
domingo, 7 de marzo de 2010
MI AMIGA ELSA
Escrito en junio 06, al desencubrimiento de Marcial Maciel, y rescatado en marzo 10, a su muerte.
Mi amiga Elsa era una niña de sociedad, de ésas guapototas que los chavos en las fiestas de secundaria se peleaban por sacar a bailar. Mi amiga Elsa se casó con el galanísimo amor de su adolescencia y tuvieron un divino bebé con los ojos más azules que el cielo de invierno.
El marido de Elsa era un hombre exitoso, sobresaliente y seductor y siempre estaba rodeado de mujeres. Una de ellas finalmente lo conquistó, dejando a mi amiga Elsa en posición de madre soltera, pero ella bien luchona salió adelante.
El hermoso bebé creció y entró a la primaria en el Colegio Cumbres, claro que ¿a cuál más?, si era al que debían ir todos los niños bien de las Lomas, mientras que mi amiga Elsa trabajaba en todo lo que podía para que su hijo tuviera la mejor vida digna que ella pudiera otorgarle, sin ayuda de nadie.
Sus empleos siempre fueron de altura, dado el entorno en el que se movía, los conectes que tenía, su nivel de educación, su riqueza cultural, su presencia, su aplomo, su infinidad de recursos, su dotada inteligencia y su arrollador encanto.
En una de ésas, alguien influyente la recomendó con un reconocido y potentado funcionario que requería de clases de cultura para estar a la altura de sus aspiraciones políticas. El doctor Emilio era un señor poderosamente fascinante y después de algunos meses que mi amiga Elsa llevaba trabajando con él de forma cercana, inevitablemente se enamoró de él… y ¿qué hombre puede resistirse a la sublime rendición de una hermosa e inteligente mujer enamorada de él?
La relación floreció, él pasaba con ella cuanto tiempo le era posible. Le compró un super condominio en Tecamachalco, que él visitaba prácticamente todos los días. Mi amiga Elsa siempre lo recibía con suculentos manjares y se le presentaba como una impecable geisha… ella es así.
Este estilo de trabajo y de vida le permitía sostener una muy cercana relación con su hijo, cuidar su casa, estar en forma, mantenerse actualizada para continuar culturizando a su educando y además contar con su buena compañía. Así, transcurrieron varios años.
Por ahí de mediados de 1983, mi amiga Elsa se dio cuenta que algo no estaba bien con su pequeño y empezó a indagar. No tardó mucho en percatarse que la puntita de la hebra que había empezado a desenmarañar tenía un fondo oscuro y sensiblemente dañino para su pequeña pero ordenada familia.
Su agraciadísimo hijo había sido víctima de violación de un prefecto de la escuela y esto ya llevaba un par de años. No sólo eso, su chico era uno de tantos que este tipo había decidido incluir en su lista de amoríos y ni Elsa ni los demás papás tenían un ápice de sospecha. Al enterarse, sintió como astillas de hielo recorriéndola de punta a punta. Estaba enrabiada. La cabeza le daba vueltas y el cuerpo no le respondía.
Dejó que se le bajara la primera reacción y llamó al padre de su hijo, ilusamente esperando una respuesta de preocupación. El tipo se limitó a culparla y desentenderse, como ya lo había hecho los últimos diez años… y ése fue el primero de los cientos de portazos que mi amiga Elsa recibió en las narices.
La siguiente llamada fue a su importante amante, quien ella sabía que con un telefonazo movía todas las montañas. El galán estaba de gira, le dijo que le devolvería la llamada un poco más tarde y mi amiga Elsa jamás volvió a saber palabra alguna del distinguido caballero. Sus trajes y efectos personales se quedaron en el clóset para la beneficencia posterior.
Poco a poco, la alta sociedad en la que se movía mi amiga Elsa le demostró que ya no merecía pertenecer a ella. Había pecado y tenía que pagar el precio. Poco a poco también, las oportunidades se fueron desvaneciendo y mi amiga Elsa paulatinamente perdía todas sus esperanzas.
Una de las miles de llamadas que hizo fue a dar con un vecino-amigo de su infancia, que ahora trabajaba en los medios, y se ofreció a ayudarla. Era el primer periodista, de muchos que había contactado, que accedía a dar seguimiento a su caso.
Al poco tiempo de iniciar sus averiguaciones, este amigo se percató de la magnitud del problema, ya que el tipejo agresor estaba protegido… muy protegido. Sin embargo, sus defensores no pudieron contener el asunto legal y, por evitar un escándalo mayor, decidieron des-proteger al individuo que finalmente fue a dar a la cárcel, donde pagó su culpa no sólo con el encierro, sino como ya sabemos que pagan allá adentro los detractores de menores.
Mi amiga Elsa se echó la bronca ella solita. Ninguno de los papás de los otros niños lastimados la acompañaron en las acusaciones o careos, algunos la tildaron de loca y otros hasta negaron públicamente que aquello había sucedido. Su amigo periodista estuvo con ella hasta donde le fue posible, pero finalmente todos continuaron con su vida, incluso ella.
Mi amiga Elsa perdió su departamento de Tecamachalco, jamás pudo volver a conseguir los empleos que había tenido, se deprimió pues se sintió inútil y al poco rato envejeció, engordó y se encerró.
En la actualidad, mi amiga Elsa sigue siendo esa linda e inteligente persona que conocí. Su hijo se convirtió en un atractivo hombre que ha hecho carrera como comunicador, denunciando abusos. Aún juntos madre e hijo, no han podido llegar a donde ellos pensaban que estarían en el siglo XXI, pues 1983 los dejó marcados y arrasó con sus planes.
Hoy, me da mucho gusto que un poquito de justicia se haya hecho: Marcial Maciel ha sido ligeramente castigado pero altamente expuesto ante la sociedad… un poquito de justicia… aunque mi amiga Elsa se haya acabado.
Mi amiga Elsa era una niña de sociedad, de ésas guapototas que los chavos en las fiestas de secundaria se peleaban por sacar a bailar. Mi amiga Elsa se casó con el galanísimo amor de su adolescencia y tuvieron un divino bebé con los ojos más azules que el cielo de invierno.
El marido de Elsa era un hombre exitoso, sobresaliente y seductor y siempre estaba rodeado de mujeres. Una de ellas finalmente lo conquistó, dejando a mi amiga Elsa en posición de madre soltera, pero ella bien luchona salió adelante.
El hermoso bebé creció y entró a la primaria en el Colegio Cumbres, claro que ¿a cuál más?, si era al que debían ir todos los niños bien de las Lomas, mientras que mi amiga Elsa trabajaba en todo lo que podía para que su hijo tuviera la mejor vida digna que ella pudiera otorgarle, sin ayuda de nadie.
Sus empleos siempre fueron de altura, dado el entorno en el que se movía, los conectes que tenía, su nivel de educación, su riqueza cultural, su presencia, su aplomo, su infinidad de recursos, su dotada inteligencia y su arrollador encanto.
En una de ésas, alguien influyente la recomendó con un reconocido y potentado funcionario que requería de clases de cultura para estar a la altura de sus aspiraciones políticas. El doctor Emilio era un señor poderosamente fascinante y después de algunos meses que mi amiga Elsa llevaba trabajando con él de forma cercana, inevitablemente se enamoró de él… y ¿qué hombre puede resistirse a la sublime rendición de una hermosa e inteligente mujer enamorada de él?
La relación floreció, él pasaba con ella cuanto tiempo le era posible. Le compró un super condominio en Tecamachalco, que él visitaba prácticamente todos los días. Mi amiga Elsa siempre lo recibía con suculentos manjares y se le presentaba como una impecable geisha… ella es así.
Este estilo de trabajo y de vida le permitía sostener una muy cercana relación con su hijo, cuidar su casa, estar en forma, mantenerse actualizada para continuar culturizando a su educando y además contar con su buena compañía. Así, transcurrieron varios años.
Por ahí de mediados de 1983, mi amiga Elsa se dio cuenta que algo no estaba bien con su pequeño y empezó a indagar. No tardó mucho en percatarse que la puntita de la hebra que había empezado a desenmarañar tenía un fondo oscuro y sensiblemente dañino para su pequeña pero ordenada familia.
Su agraciadísimo hijo había sido víctima de violación de un prefecto de la escuela y esto ya llevaba un par de años. No sólo eso, su chico era uno de tantos que este tipo había decidido incluir en su lista de amoríos y ni Elsa ni los demás papás tenían un ápice de sospecha. Al enterarse, sintió como astillas de hielo recorriéndola de punta a punta. Estaba enrabiada. La cabeza le daba vueltas y el cuerpo no le respondía.
Dejó que se le bajara la primera reacción y llamó al padre de su hijo, ilusamente esperando una respuesta de preocupación. El tipo se limitó a culparla y desentenderse, como ya lo había hecho los últimos diez años… y ése fue el primero de los cientos de portazos que mi amiga Elsa recibió en las narices.
La siguiente llamada fue a su importante amante, quien ella sabía que con un telefonazo movía todas las montañas. El galán estaba de gira, le dijo que le devolvería la llamada un poco más tarde y mi amiga Elsa jamás volvió a saber palabra alguna del distinguido caballero. Sus trajes y efectos personales se quedaron en el clóset para la beneficencia posterior.
Poco a poco, la alta sociedad en la que se movía mi amiga Elsa le demostró que ya no merecía pertenecer a ella. Había pecado y tenía que pagar el precio. Poco a poco también, las oportunidades se fueron desvaneciendo y mi amiga Elsa paulatinamente perdía todas sus esperanzas.
Una de las miles de llamadas que hizo fue a dar con un vecino-amigo de su infancia, que ahora trabajaba en los medios, y se ofreció a ayudarla. Era el primer periodista, de muchos que había contactado, que accedía a dar seguimiento a su caso.
Al poco tiempo de iniciar sus averiguaciones, este amigo se percató de la magnitud del problema, ya que el tipejo agresor estaba protegido… muy protegido. Sin embargo, sus defensores no pudieron contener el asunto legal y, por evitar un escándalo mayor, decidieron des-proteger al individuo que finalmente fue a dar a la cárcel, donde pagó su culpa no sólo con el encierro, sino como ya sabemos que pagan allá adentro los detractores de menores.
Mi amiga Elsa se echó la bronca ella solita. Ninguno de los papás de los otros niños lastimados la acompañaron en las acusaciones o careos, algunos la tildaron de loca y otros hasta negaron públicamente que aquello había sucedido. Su amigo periodista estuvo con ella hasta donde le fue posible, pero finalmente todos continuaron con su vida, incluso ella.
Mi amiga Elsa perdió su departamento de Tecamachalco, jamás pudo volver a conseguir los empleos que había tenido, se deprimió pues se sintió inútil y al poco rato envejeció, engordó y se encerró.
En la actualidad, mi amiga Elsa sigue siendo esa linda e inteligente persona que conocí. Su hijo se convirtió en un atractivo hombre que ha hecho carrera como comunicador, denunciando abusos. Aún juntos madre e hijo, no han podido llegar a donde ellos pensaban que estarían en el siglo XXI, pues 1983 los dejó marcados y arrasó con sus planes.
Hoy, me da mucho gusto que un poquito de justicia se haya hecho: Marcial Maciel ha sido ligeramente castigado pero altamente expuesto ante la sociedad… un poquito de justicia… aunque mi amiga Elsa se haya acabado.
domingo, 14 de febrero de 2010
STEPHEN KING
Me cogió por sorpresa, me revolcó y me arrastró como toro de lidia embravecido. Así me sentí cuando descubrí mi fascinación por Stephen King, que me absorbió al ojo de su huracán en cuanto entré en contacto con él… como persona. Aclaro que con su obra ya estaba un poco familiarizada pero fue él, cuando me habló desde su primera persona, que me cautivó.
Mira, te explico. Originalmente supe de él por allá por 1977, cuando Carrie se estrena en México y era tan terrorífica que mis papás no me dejaron ir a verla y -literalmente- al fin que ni quería, pues el miedo me da miedo.
Su nombre, pues, lo relacioné con rechazo y ahí se quedó guardadito en un cajón sin volver a hacerle caso hasta que una tarde de amigos, a principios de los 80’s, me llevó al cine a ver a Jack Nicholson dirigido por Kubrick y, sin saber que había sido escrita por King, me la eché de principio a fin, aterrada y embelesada, envuelta en situaciones que me llevaron hasta el fondo de la butaca, escondida detrás de mi suéter que acabó todo mordisqueado… desde entonces no uso suéter y desde entonces integré a El Resplandor a mi lista de películas favoritas.
Saliendo de ahí, fui corriendo a buscar sus libros. Cujo acababa de llegar a las librerías y La Danza de la Muerte (The Stand) llevaba varios años vendiéndose como pan caliente.
Llegué a casa, preparé todo mi tingladito en mi rincón de lectura que tengo siempre -al lado de una ventana y un estéreo- conformado por un acojinadito sillón, un taburete para colgar mis pieses, una buena lámpara y una mesa provista de vino y algo para picar (si lo gorda no es gratis).
Para mi propia sorpresa -y cosa que nunca hago- ambos libros se me quedaron a medias, un poco decepcionada no sé si de él o de mí y llena de ese temor que en más de una ocasión ha sido motivo de burlas de quienes me lo descubren.
Como fan del cine hollywoodense, confieso -favor de no abuchear-, más adelante me topé con películas protagonizadas por algunos de mis actores favoritos, como Kathy Bates, Tom Hanks, Tim Robbins, Morgan Freeman y Anthony Hopkins, entre otros, llevándome a la reconciliación no sólo con él sino con cierto tipo de humanos que al final resultan ser dulces personajes altamente incomprendidos... igual que él.
Para mí ha sido un gran descubrimiento mi gusto por Stephen King. Quizá lo que me ha dejado aún más perpleja es la empatía que me ha despertado a través de peculiares similitudes que nos unen. Sin que sea yo una ferviente seguidora de los horóscopos, Stephen King y yo nacimos bajo el signo de Virgo, que según dicen los que saben rige a personas perfeccionistas, apasionadas, sensibles, caprichosas y solitarias… y ambos lo somos.
También para mi sorpresa, a través de los años que estuve expuesta a entrevistas o ensayos o noticias que me acercaron a él de una forma inesperada, me enteré de que a él le han provocado aprensión muchas de las cosas que me atemorizan a mí también: la penumbra, el misterioso y profundo tiro de una chimenea, la aplastante parte inferior de un coche, los médicos y todo lo que involucre sus instrumentos de exploración y curación, los monstruos que se esconden detrás de la oscuridad, etcétera. Esto me resultó bien paradójico y hasta contradictorio, conociendo el tipo de narraciones que ha caracterizado su obra.
Entonces me metí a indagar más sobre su persona y mi empatía se transformó en simpatía: nuestra vida no es concebible sin música, especialmente el rock de los 60’s y 70’s (de hecho tiene un grupo) y desde que hubo tele en su casa, en blanco y negro por supuesto, además de gustarle la programación pensaba que los anuncios eran “poesía pura”… y yo publicista.
Stephen King tuvo una niñez llena de eventualidades, con transformadores de luz reventados, policías llamados en vano, niñeras despedidas de su empleo una tras otra y alteros y alteros de cómics leídos ávida y fervientemente.
Entre enfermedades y lecturas fue que emergieron sus primeras historias, primero copiadas, más adelante aumentadas y finalmente creadas desde cero, luego de que su madre lo impulsó a dejar de copiar y seguir sus propias ideas. La primera la desarrolló apenas a los seis años, según recuerda, sobre un conejito que manejaba un auto.
Disfrutaba las series televisivas como Un Paso al Más Allá y las historietas de terror que compraba su hermano, lo cual sirvió como fundamento para sus narraciones fantásticas, en un afán por enfrentar el profundo pavor que le causaban, tal como lo hacen los artistas oaxaqueños al crear bestiales alebrijes que ellos mismos pueden desmontar para quitarles lo temible a través del control de sus componentes.
Sin perder el miedo a los monstruos, los médicos y lo sobrenatural, su estilo siguió desarrollándose conforme iba avanzando en edad, hasta que sintió que estaba listo para enviarle un escrito a Alfred Hitchcock, quien le agradeció su original regresándoselo por correo. Esto no lo desanimó. Entonces, ya tenía doce años.
Su siguiente afición fue el cine. Se inició con Disney, hasta que las historias le empezaron a parecer “predecibles y aburridamente saludables”. Y entonces iba al cine a imaginarse diferentes finales o a desordenar las secuencias, igual que lo hizo con los cómics cuando empezó a escribir.
Apenas en la madrugada de su adolescencia ya imaginaba a insólitos seres invadiendo la aldea de los siete enanos y cadáveres radiactivos en plena playa engullendo surfistas y chicas de aspecto dudoso con brasieres de color negro.
De forma oficial, su carrera como escritor se catapulta en medio de penurias económicas. Trabajaba como maestro y eso le alcanzaba para tener un auto descompuesto, una familia cuyos gastos le abrumaban y un teléfono ausente en casa, aun cuando complementaba su labor académica con labores poco enaltecedoras en lavanderías de ropas de hospital, cuyas manchas germinaban a diario en historias repulsivas dentro de su imaginación. Tabitha su esposa, crucial apoyo en su carrera, era mesera en el Dunkin’ Donuts del pueblo.
Una tarde, recibió una llamada de la apodada Tabby -quien jamás se hubiera atrevido a pedir prestado el teléfono al vecino si no se tratara de algo importante- que le cambió la vida. La novela que había sido rescatada de la basura por su mujer, se iba a impresión con portada dura y una ganancia de 400 mil dólares. Él creyó escuchar que eran 40 mil y de todos modos casi se le doblaron las piernas por el impacto. Cuando Carrie se hizo película, los ceros que ya se habían multiplicado, ya eran lo de menos.
En el escrito al que hacía yo referencia al principio, ése en el que me habla casi al oído y que me succionó como si fuera yo la protagonista de una de sus novelas, Mientras Escribo (On Writing), aprendí dos cosas de él: cómo fue que nacieron o de desarrollaron algunas de sus ideas y su punto de vista sobre el oficio de escribir.
King me ha contado, a través de sus letras, que Carrie llegó a su imaginación como producto de la observación de dos chicas despreciadas en la secundaria. Una de ellas había crecido -según él- bajo la sufriente mirada agonizante de un Cristo ensangrentado, lo cual deriva en las consabidas imágenes de muerte salpicadas en su obra.
También me dijo acerca del bache creativo por el que pasó, el que inspiró la inhabilidad para escribir de Jack Torrance en El Resplandor, a pesar de su reclusión, así como de su violenta relación con el alcohol y las drogas de la cual surge Misery, en donde la enfermera representa a la droga y el escritor al esclavo que tiene que obedecer sin conmiseración bajo la amenaza de ser torturado.
Su estado drogoetílico lo llevó a escribir Cujo y a dirigir La Rebelión de las Máquinas, eventos que no recuerda haber vivido, tal era su abstracto y etéreo grado de intoxicación.
Para Stephen King, escribir es una forma de telepatía, en la que él como emisor se comunica a través del tiempo y el espacio con su receptor para transmitirle imágenes y sensaciones por medio de sus palabras. Está convencido de que la mejor forma para hacerlo es platicarlo de forma sencilla, directa y verdadera, para que el lector no tenga que angustiarse por tratar de comprender palabras o enunciados elaborados que lo hagan sentirse ignorante.
Sus fascinantes y enmarañados protagonistas tienen su propia forma de develarse y revelarse ante el espectador, quienes van siendo presentados a cuentagotas, para lo cual su creador es sumamente hábil, dado que le gusta guardar sorpresas de ellos a lo largo de sus intrincadas historias… no al final, sino poco a poco, como cuando vas chiquiteando un bocado o un deleite, para no acabártelo de golpe y prolongar de forma angustiosa su placer.
Algo que me resulta muy interesante es que la gran mayoría de las historias que relata se llevan a cabo en Maine, estado en el que vive actualmente y ha vivido la mayor parte de sus días. Es evidente que prefiere obviarse el paso de familiarizarse con geografías ajenas, para concentrarse en el desarrollo de sus complejos personajes y las situaciones en las que los coloca.
Stephen King ha sido altamente criticado por ser un escritor para las masas, un taquillero absoluto en el amplio significado de la palabra, para bien y para mal. Quizá no sea un escritor sofisticado en un estricto sentido gramatical o lingüístico, como ya lo ha planteado él mismo. Sin embargo, su habilidad de envolver, arrollar y zarandear por medio de sus historias es por supuesto más que innegable. Yo soy prueba fehaciente de tal habilidad.
Autor aplicadamente prolífico, tiene en su haber grandiosas historias sobrenaturales, fantásticas, terroríficas y ficticias, muchas de ellas llevadas a la pantalla por enormes productores y directores de la industria cinematográfica estadounidense. También tiene historias profundamente humanas, que sin ningún empacho confieso que me han conmovido hasta el sollozo. Indudablemente prefiero las segundas. Él escribe de terror como para deshacerse de sus demonios; yo prefiero evitarlos para que no me atrapen.
Mira, te explico. Originalmente supe de él por allá por 1977, cuando Carrie se estrena en México y era tan terrorífica que mis papás no me dejaron ir a verla y -literalmente- al fin que ni quería, pues el miedo me da miedo.
Su nombre, pues, lo relacioné con rechazo y ahí se quedó guardadito en un cajón sin volver a hacerle caso hasta que una tarde de amigos, a principios de los 80’s, me llevó al cine a ver a Jack Nicholson dirigido por Kubrick y, sin saber que había sido escrita por King, me la eché de principio a fin, aterrada y embelesada, envuelta en situaciones que me llevaron hasta el fondo de la butaca, escondida detrás de mi suéter que acabó todo mordisqueado… desde entonces no uso suéter y desde entonces integré a El Resplandor a mi lista de películas favoritas.
Saliendo de ahí, fui corriendo a buscar sus libros. Cujo acababa de llegar a las librerías y La Danza de la Muerte (The Stand) llevaba varios años vendiéndose como pan caliente.
Llegué a casa, preparé todo mi tingladito en mi rincón de lectura que tengo siempre -al lado de una ventana y un estéreo- conformado por un acojinadito sillón, un taburete para colgar mis pieses, una buena lámpara y una mesa provista de vino y algo para picar (si lo gorda no es gratis).
Para mi propia sorpresa -y cosa que nunca hago- ambos libros se me quedaron a medias, un poco decepcionada no sé si de él o de mí y llena de ese temor que en más de una ocasión ha sido motivo de burlas de quienes me lo descubren.
Como fan del cine hollywoodense, confieso -favor de no abuchear-, más adelante me topé con películas protagonizadas por algunos de mis actores favoritos, como Kathy Bates, Tom Hanks, Tim Robbins, Morgan Freeman y Anthony Hopkins, entre otros, llevándome a la reconciliación no sólo con él sino con cierto tipo de humanos que al final resultan ser dulces personajes altamente incomprendidos... igual que él.
Para mí ha sido un gran descubrimiento mi gusto por Stephen King. Quizá lo que me ha dejado aún más perpleja es la empatía que me ha despertado a través de peculiares similitudes que nos unen. Sin que sea yo una ferviente seguidora de los horóscopos, Stephen King y yo nacimos bajo el signo de Virgo, que según dicen los que saben rige a personas perfeccionistas, apasionadas, sensibles, caprichosas y solitarias… y ambos lo somos.
También para mi sorpresa, a través de los años que estuve expuesta a entrevistas o ensayos o noticias que me acercaron a él de una forma inesperada, me enteré de que a él le han provocado aprensión muchas de las cosas que me atemorizan a mí también: la penumbra, el misterioso y profundo tiro de una chimenea, la aplastante parte inferior de un coche, los médicos y todo lo que involucre sus instrumentos de exploración y curación, los monstruos que se esconden detrás de la oscuridad, etcétera. Esto me resultó bien paradójico y hasta contradictorio, conociendo el tipo de narraciones que ha caracterizado su obra.
Entonces me metí a indagar más sobre su persona y mi empatía se transformó en simpatía: nuestra vida no es concebible sin música, especialmente el rock de los 60’s y 70’s (de hecho tiene un grupo) y desde que hubo tele en su casa, en blanco y negro por supuesto, además de gustarle la programación pensaba que los anuncios eran “poesía pura”… y yo publicista.
Stephen King tuvo una niñez llena de eventualidades, con transformadores de luz reventados, policías llamados en vano, niñeras despedidas de su empleo una tras otra y alteros y alteros de cómics leídos ávida y fervientemente.
Entre enfermedades y lecturas fue que emergieron sus primeras historias, primero copiadas, más adelante aumentadas y finalmente creadas desde cero, luego de que su madre lo impulsó a dejar de copiar y seguir sus propias ideas. La primera la desarrolló apenas a los seis años, según recuerda, sobre un conejito que manejaba un auto.
Disfrutaba las series televisivas como Un Paso al Más Allá y las historietas de terror que compraba su hermano, lo cual sirvió como fundamento para sus narraciones fantásticas, en un afán por enfrentar el profundo pavor que le causaban, tal como lo hacen los artistas oaxaqueños al crear bestiales alebrijes que ellos mismos pueden desmontar para quitarles lo temible a través del control de sus componentes.
Sin perder el miedo a los monstruos, los médicos y lo sobrenatural, su estilo siguió desarrollándose conforme iba avanzando en edad, hasta que sintió que estaba listo para enviarle un escrito a Alfred Hitchcock, quien le agradeció su original regresándoselo por correo. Esto no lo desanimó. Entonces, ya tenía doce años.
Su siguiente afición fue el cine. Se inició con Disney, hasta que las historias le empezaron a parecer “predecibles y aburridamente saludables”. Y entonces iba al cine a imaginarse diferentes finales o a desordenar las secuencias, igual que lo hizo con los cómics cuando empezó a escribir.
Apenas en la madrugada de su adolescencia ya imaginaba a insólitos seres invadiendo la aldea de los siete enanos y cadáveres radiactivos en plena playa engullendo surfistas y chicas de aspecto dudoso con brasieres de color negro.
De forma oficial, su carrera como escritor se catapulta en medio de penurias económicas. Trabajaba como maestro y eso le alcanzaba para tener un auto descompuesto, una familia cuyos gastos le abrumaban y un teléfono ausente en casa, aun cuando complementaba su labor académica con labores poco enaltecedoras en lavanderías de ropas de hospital, cuyas manchas germinaban a diario en historias repulsivas dentro de su imaginación. Tabitha su esposa, crucial apoyo en su carrera, era mesera en el Dunkin’ Donuts del pueblo.
Una tarde, recibió una llamada de la apodada Tabby -quien jamás se hubiera atrevido a pedir prestado el teléfono al vecino si no se tratara de algo importante- que le cambió la vida. La novela que había sido rescatada de la basura por su mujer, se iba a impresión con portada dura y una ganancia de 400 mil dólares. Él creyó escuchar que eran 40 mil y de todos modos casi se le doblaron las piernas por el impacto. Cuando Carrie se hizo película, los ceros que ya se habían multiplicado, ya eran lo de menos.
En el escrito al que hacía yo referencia al principio, ése en el que me habla casi al oído y que me succionó como si fuera yo la protagonista de una de sus novelas, Mientras Escribo (On Writing), aprendí dos cosas de él: cómo fue que nacieron o de desarrollaron algunas de sus ideas y su punto de vista sobre el oficio de escribir.
King me ha contado, a través de sus letras, que Carrie llegó a su imaginación como producto de la observación de dos chicas despreciadas en la secundaria. Una de ellas había crecido -según él- bajo la sufriente mirada agonizante de un Cristo ensangrentado, lo cual deriva en las consabidas imágenes de muerte salpicadas en su obra.
También me dijo acerca del bache creativo por el que pasó, el que inspiró la inhabilidad para escribir de Jack Torrance en El Resplandor, a pesar de su reclusión, así como de su violenta relación con el alcohol y las drogas de la cual surge Misery, en donde la enfermera representa a la droga y el escritor al esclavo que tiene que obedecer sin conmiseración bajo la amenaza de ser torturado.
Su estado drogoetílico lo llevó a escribir Cujo y a dirigir La Rebelión de las Máquinas, eventos que no recuerda haber vivido, tal era su abstracto y etéreo grado de intoxicación.
Para Stephen King, escribir es una forma de telepatía, en la que él como emisor se comunica a través del tiempo y el espacio con su receptor para transmitirle imágenes y sensaciones por medio de sus palabras. Está convencido de que la mejor forma para hacerlo es platicarlo de forma sencilla, directa y verdadera, para que el lector no tenga que angustiarse por tratar de comprender palabras o enunciados elaborados que lo hagan sentirse ignorante.
Sus fascinantes y enmarañados protagonistas tienen su propia forma de develarse y revelarse ante el espectador, quienes van siendo presentados a cuentagotas, para lo cual su creador es sumamente hábil, dado que le gusta guardar sorpresas de ellos a lo largo de sus intrincadas historias… no al final, sino poco a poco, como cuando vas chiquiteando un bocado o un deleite, para no acabártelo de golpe y prolongar de forma angustiosa su placer.
Algo que me resulta muy interesante es que la gran mayoría de las historias que relata se llevan a cabo en Maine, estado en el que vive actualmente y ha vivido la mayor parte de sus días. Es evidente que prefiere obviarse el paso de familiarizarse con geografías ajenas, para concentrarse en el desarrollo de sus complejos personajes y las situaciones en las que los coloca.
Stephen King ha sido altamente criticado por ser un escritor para las masas, un taquillero absoluto en el amplio significado de la palabra, para bien y para mal. Quizá no sea un escritor sofisticado en un estricto sentido gramatical o lingüístico, como ya lo ha planteado él mismo. Sin embargo, su habilidad de envolver, arrollar y zarandear por medio de sus historias es por supuesto más que innegable. Yo soy prueba fehaciente de tal habilidad.
Autor aplicadamente prolífico, tiene en su haber grandiosas historias sobrenaturales, fantásticas, terroríficas y ficticias, muchas de ellas llevadas a la pantalla por enormes productores y directores de la industria cinematográfica estadounidense. También tiene historias profundamente humanas, que sin ningún empacho confieso que me han conmovido hasta el sollozo. Indudablemente prefiero las segundas. Él escribe de terror como para deshacerse de sus demonios; yo prefiero evitarlos para que no me atrapen.
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