domingo, 26 de junio de 2022

DE CUANDO TE DAS CUENTA QUE ERES PARTE DE LA EXHIBICIÓN DE UN MUSEO DE ANTIGUALLAS.

Cada vez que visito una ciudad, trato de explorar sus raíces, sus sitios emblemáticos y sus museos. Y por supuesto, empaparme de su gastronomía. Hace algunos años, por cuestiones de amistad y negocio, estuve yendo a Durango por varias semanas. Y regreso de cuando en cuando. En una ocasión tuve varias horas libres y tomé ese espacio como tarde de museos. Gracias a una guía que me encontré por ahí, dibujé mentalmente una pequeña ruta para las horas que tenía. A la mitad de mi andar, ahí como flotando en el anonimato del centro de la ciudad -lleno de políticos y de edificios gubernamentales- se apareció sin previo aviso un museo que ni siquiera estaba enlistado en la guía. Ni de su nombre me acuerdo. Me metí y lo que me encontré de entrada fue el lado numismático de la Revolución, cosa que me jaló al interior de la casona. Había algunas secciones -pocas- con diferentes objetos de poca trascendencia. Quizá me hubiera salido sin terminar el recorrido si hubiera ido sola, pero más que nada no me quise salir porque cada vez que salías de una salita, el guía de la siguiente sala de exhibición te veía con ojos de “ándale, ven… déjame presumirte mi colección” porque no había un solo visitante. De repente entramos al pasado de mi vida. A mi infancia. En una exhibición cuya temática era el equipamiento de una oficina de por allá por las décadas de 50s-60s. He de contar que mi padre era un alma libre y bohemia. Su oficina la tenía instalada en el tercer piso que él construyó encima de mi casa. Supongo que sin permiso ni licencia, porque así no era el México de entonces. Tú hacías en tu casa lo que se te daba la gana y ya. Y entonces si necesitabas hablar con él aunque fuera un ratito, o ir a platicar con la señora Bernal, una señora que me parecía una viejitita a mis 10 años que se llamaba Gabriela, que sembró en mi vida el Peñafiel de mandarina, me dio a probar las galletas saladas (las saladitas, pues) con jamón, me inculcó la necesidad de al menos hablar muy muy bien el español y un idioma más, me enseñó a jugar submarino y me contaba historias maravillosas, incluyendo la divertida convivencia con su perrita salchicha que se llamaba Laleidi (La Lady pero escrito) a quien conocí en un par de ocasiones que me invitó a comer a su casa. Cuento todo esto, porque esas reliquias que estaban en vitrinas fueron mis juguetes y mi introducción a la vida de los adultos… de oficina. Mientras convivía con la señora Gabriela, ella hacía su trabajo archivando y tecleando, contestando el teléfono y pasando los recados, y me decía paso a paso eso y también cómo funcionaba cada aparato. No eran último modelo. Papá renovaba algo cuando de repente ya no tenía remedio, porque además reparaba todo una y otra y otra vez hasta convertirse en cachivache. Pues ahí en el museo me volví a encontrar con el mimeógrafo, el dictáfono, la sumadora manual de palanquitas, la otra de teclitas, el teléfono con intercomunicador… Mientras el guía hacía su mejor esfuerzo explicándonos y demostrándonos sus aparatos, yo viajaba por el tiempo reencontrándome con doña Gaby y su compañía, y con mi padre y su bohemia. Ya casi al final del recorrido de esta colección, había un mimeógrafo de los que imprimían con esténcil (como si fuera serigrafía… masomenos) y mi amiga le preguntó que cómo funcionaba. El curador. Muy joven él, no tenía mucha idea de su funcionamiento, pero yo me lo sabía perfecto por todas las veces que Gaby y yo nos entintamos las manos y la cara y la ropa (mamá “ay hijita, ya le fuiste a quitar el tiempo a la señora Bernal, ve cómo vienes”). Tomé aire y les empecé a explicar todo el proceso de principio a fin. Y de repente, como relámpago que te fulmina el cerebro, me golpeó en la cabeza la sensación de haberme convertido ya en un cachivache que ya debería de estar exhibida en una vitrina, como parte de esa colección del museo… y de mi infancia.

jueves, 11 de julio de 2019

LAS PALOMITAS

(Si esto fuera una oda, así se llamaría, "Oda a Las Palomitas") Me gustan las palomitas por su crunch. Porque saben a tenue maicito. Porque tienen ambos, suavecito y crujiente. Porque su sabor blanco combina con todo. Porque me acompañan en momentos especiales. Porque están a la mano. Porque son divertidas. Porque son tronadoras. Porque se saben toda mi vida. Y porque saben a toda mi vida.

jueves, 4 de abril de 2019

COMO EL PRIMER DÍA

Hoy experimenté algo por primera vez en mi vida. Fue un tremendo y alucinante choque de sentimientos y emociones antónimas y casi irreconciliables. Por circunstancias un poco inimaginables, hoy en la mañana estaba en vivo a menos de 15 metros de una de las figuras de la mercadotecnia que más admiro, respeto y escucho desde hace algunos años (lo descubrí por accidente en la tele al darme cuenta que cada idea que expresaba me dejaba atolondrada, y me entusiasmaba sabiendo que estaba aprendiendo algo muy nuevo). Y además, cabía la posibilidad de que en unos minutos más tuviera la oportunidad de entrevistarlo. Mi emoción era incontenible. Me sentía como niña que va a conocer al Santa Clós de a deveras. Y justo en esos momentos me enteré de que Alberto Cortés había muerto. Y de un fuerte y triste golpe me remonté a la intensa y nublada tarde de ensueño que me enseñó a fumar habano mientras platicaba con palabras que parecían dulces y flores y estrellas y besos, y bebíamos varias onzas de Cardenal de Mendoza, por allá por los 80s, al lado del que fue el amor de mi vida de esa etapa de mi vida. Justo al leer la noticia, mi corazón empezó a llorar entonando “Te sigo queriendo como el primer día...” porque a él lo quise desde el minuto uno. Después de varias horas que han pasado, tengo un cansancio doloroso y placentero, con el pensamiento revuelto, y el alma feliz y destrozada. Lloro de plenitud y de añoranza. Nunca me había pasado.

domingo, 18 de marzo de 2012

EL LASTRE

A lo largo de la vida, recogemos y producimos lastre, sin percatarnos de ello, desarrollamos apego a él y hasta pensamos que nos es imprescindible. El gran reto es identificarlo y soltarlo. Podemos hasta llorar pensando que seremos incapaces de sobrellevar la pérdida. Sorpresivamente, al final el premio de esa liberación trae consigo el atajo a la felicidad.

sábado, 3 de julio de 2010

Lo que oye uno en la frontera

− Pase por aquí.
− Buenas tardes oficial.
− ¿Cuál es el motivo de su visita?
− Estoy paseando. Vine el fin de semana a San Salvador y voy de regreso a Nicaragua donde vivo actualmente.
− ¿Documentos?
− Aquí están.
− Mmmmmmm. Oiga, pero ¿qué hace un mexicano manejando un auto, tan lejos de su tierra y solo?
− Lo que pasa es que trabajo en una empresa internacional y me mandaron a Managua, para un proyecto de seis meses y ahorita que tuvimos un fin de semana largo aproveché para conocer un poco por acá.
− ¿Y por qué por Honduras no decidió pasear? ¿qué no le gustamos los hondureños?
− No, no es eso. El próximo viaje es a Honduras. Ahorita aproveché el fin de semana largo. Como sea Honduras ya me queda pegadito.
− No entiendo el “ahorita” de los mexicanos, pero no importa. Por favor bájese del vehículo ¿de quién es?
− Es de la empresa para la que trabajo.
− A ver. Muéstreme los documentos del auto, también.
− Aquí tiene.
− Quédese aquí, a un lado. Déjeme ir a hablar con mi superior.
− Está bien.

− Que dice que pase allá a la sombra. En un momento venimos con usted.
− Gracias.
− ¿Necesita algo?
− Nomás mis papeles.
− Están en buenas manos, no se preocupe. Aquí está su pasaporte, su licencia y el registro del auto, no se pierden.
− Gracias.
− Siéntese ahí.
− Gracias.

− Mire, mi superior dice que se tiene que esperar.
− Oiga, es que ya llevo casi una hora aquí.
− Sí, hace calor ¿no es cierto? ¿quiere agua?
− Si tiene.

− Aquí está.
− Gracias. ¿Todavía tardaremos mucho?
− No sé. Tenemos que esperar.

− Disculpe ¿qué hay algún problema?
− No, ninguno.
− Disculpe de nuevo, pero me gustaría saber si está pasando algo o por qué estamos esperando.
− Mire, el jefe dice que pocas veces pasa un mexicano por aquí en auto y que va a aprovechar.

− Oiga, ya pasó otra hora, ¿me podría decir qué estamos esperando o si me pudiera ayudar a entender qué es lo que “el jefe” quiere aprovechar?
− Mire, ya fueron por la guitarra. Como todos los mexicanos se saben las rancheras, el jefe no quiere dejarlo ir sin que le toque algo.

miércoles, 14 de abril de 2010

MALENITA

− Acúsome, padre, que he pecado.
− ¿Hace cuánto que te confesaste, hijita?
− Hace apenas una semana, padre.
− Dime tus pecados.
− Es que yo le quería preguntar, padre, qué es lo que tengo que la última semana he estado pensando mucho en Raúl.
− Bueno, hijita. Pero siempre le has tenido echado el ojo a Raulito, ¿o es otro Raúl?
− No, padre. Es el mismo. Pero fíjese que esta semana ya pensé más en él y no sé qué hacer.
− ¿Por qué, Malenita?
− Es que, padre, esta semana me imaginé que estaba con él y que me besaba.
− Bueno, Malenita, pero eso es normal.
− Mire padre, la verdad es que eran unos besos requete bien apasionados. Había mucha lengua y mucho intercambio de saliva.
− Malena, pero a la mejor estás exagerando.
− No padre, espérese. Mire. Yo me imaginé que lo besaba y la verdad es que me encantó estar pensando en eso y hasta cerré mis ojos a propósito para que mi pensamiento volara.
− Pero Malena, eso no es muy propio de una chica tan decente como tú. Piensa en la educación que te han dado tus padres y las esperanzas que tienen de que te cases de blanco.
− Bueno, padre. Pues por eso me vengo a confesar. Déjeme le cuento.
− A ver, Malena. Sigue.
− Pues mire. Lo que pasa es que empecé a sentir muy bien de pensar que lo besaba y hasta me empezó a dar calor y me quité la ropa.
− Marielena…
− Y luego me siguió dando calor y Raúl me seguía besando y yo a él. Y entonces él también se quitaba la ropa.
− ¡Marielena!
− Déjeme que le diga para poder terminar con toda mi confesión.
− Prosigue.
− Mire. Pues el caso es que terminábamos los dos sin ropa y nos acariciábamos bien suave y nuestra respiración se empezaba a acelerar. Fue muy raro, porque mi cuerpo como que empezó a hormiguear nomás de imaginarme que él me tocaba.
− Ajá.
− Y luego él ya no sólo me besaba en los labios, sino que me besaba en otras partes del cuerpo y yo me empezaba como a retorcer. Entonces yo también lo besaba en otras partes y él también se retorcía.
− María Elena…
− Padre, fueron unos pensamientos muy vívidos y la verdad es que me siento un poco apenada y no sé qué hacer.
− Mira, María Elena. Todo eso que me acabas de contar es un enorme pecado. Tienes que rezarte diez Rosarios y venir los siguientes tres domingos a ayudarme a recoger las limosnas. Te tienes que arrepentir y proponerte no volver a tener esos malos pensamientos.
− Está bien padre.

Todavía en el pasillo de la iglesia, pegada al celular:
− ¿Raúl? Habla Malenita. Oye, antes de que me arrepienta ¿puedes venir a verme hoy en la tarde antes de que lleguen mis papás? Si ya me voy a echar tanta penitencia, por lo menos que valga la pena.

domingo, 7 de marzo de 2010

MI AMIGA ELSA

Escrito en junio 06, al desencubrimiento de Marcial Maciel, y rescatado en marzo 10, a su muerte.

Mi amiga Elsa era una niña de sociedad, de ésas guapototas que los chavos en las fiestas de secundaria se peleaban por sacar a bailar. Mi amiga Elsa se casó con el galanísimo amor de su adolescencia y tuvieron un divino bebé con los ojos más azules que el cielo de invierno.

El marido de Elsa era un hombre exitoso, sobresaliente y seductor y siempre estaba rodeado de mujeres. Una de ellas finalmente lo conquistó, dejando a mi amiga Elsa en posición de madre soltera, pero ella bien luchona salió adelante.

El hermoso bebé creció y entró a la primaria en el Colegio Cumbres, claro que ¿a cuál más?, si era al que debían ir todos los niños bien de las Lomas, mientras que mi amiga Elsa trabajaba en todo lo que podía para que su hijo tuviera la mejor vida digna que ella pudiera otorgarle, sin ayuda de nadie.

Sus empleos siempre fueron de altura, dado el entorno en el que se movía, los conectes que tenía, su nivel de educación, su riqueza cultural, su presencia, su aplomo, su infinidad de recursos, su dotada inteligencia y su arrollador encanto.

En una de ésas, alguien influyente la recomendó con un reconocido y potentado funcionario que requería de clases de cultura para estar a la altura de sus aspiraciones políticas. El doctor Emilio era un señor poderosamente fascinante y después de algunos meses que mi amiga Elsa llevaba trabajando con él de forma cercana, inevitablemente se enamoró de él… y ¿qué hombre puede resistirse a la sublime rendición de una hermosa e inteligente mujer enamorada de él?

La relación floreció, él pasaba con ella cuanto tiempo le era posible. Le compró un super condominio en Tecamachalco, que él visitaba prácticamente todos los días. Mi amiga Elsa siempre lo recibía con suculentos manjares y se le presentaba como una impecable geisha… ella es así.

Este estilo de trabajo y de vida le permitía sostener una muy cercana relación con su hijo, cuidar su casa, estar en forma, mantenerse actualizada para continuar culturizando a su educando y además contar con su buena compañía. Así, transcurrieron varios años.

Por ahí de mediados de 1983, mi amiga Elsa se dio cuenta que algo no estaba bien con su pequeño y empezó a indagar. No tardó mucho en percatarse que la puntita de la hebra que había empezado a desenmarañar tenía un fondo oscuro y sensiblemente dañino para su pequeña pero ordenada familia.

Su agraciadísimo hijo había sido víctima de violación de un prefecto de la escuela y esto ya llevaba un par de años. No sólo eso, su chico era uno de tantos que este tipo había decidido incluir en su lista de amoríos y ni Elsa ni los demás papás tenían un ápice de sospecha. Al enterarse, sintió como astillas de hielo recorriéndola de punta a punta. Estaba enrabiada. La cabeza le daba vueltas y el cuerpo no le respondía.

Dejó que se le bajara la primera reacción y llamó al padre de su hijo, ilusamente esperando una respuesta de preocupación. El tipo se limitó a culparla y desentenderse, como ya lo había hecho los últimos diez años… y ése fue el primero de los cientos de portazos que mi amiga Elsa recibió en las narices.

La siguiente llamada fue a su importante amante, quien ella sabía que con un telefonazo movía todas las montañas. El galán estaba de gira, le dijo que le devolvería la llamada un poco más tarde y mi amiga Elsa jamás volvió a saber palabra alguna del distinguido caballero. Sus trajes y efectos personales se quedaron en el clóset para la beneficencia posterior.

Poco a poco, la alta sociedad en la que se movía mi amiga Elsa le demostró que ya no merecía pertenecer a ella. Había pecado y tenía que pagar el precio. Poco a poco también, las oportunidades se fueron desvaneciendo y mi amiga Elsa paulatinamente perdía todas sus esperanzas.

Una de las miles de llamadas que hizo fue a dar con un vecino-amigo de su infancia, que ahora trabajaba en los medios, y se ofreció a ayudarla. Era el primer periodista, de muchos que había contactado, que accedía a dar seguimiento a su caso.

Al poco tiempo de iniciar sus averiguaciones, este amigo se percató de la magnitud del problema, ya que el tipejo agresor estaba protegido… muy protegido. Sin embargo, sus defensores no pudieron contener el asunto legal y, por evitar un escándalo mayor, decidieron des-proteger al individuo que finalmente fue a dar a la cárcel, donde pagó su culpa no sólo con el encierro, sino como ya sabemos que pagan allá adentro los detractores de menores.

Mi amiga Elsa se echó la bronca ella solita. Ninguno de los papás de los otros niños lastimados la acompañaron en las acusaciones o careos, algunos la tildaron de loca y otros hasta negaron públicamente que aquello había sucedido. Su amigo periodista estuvo con ella hasta donde le fue posible, pero finalmente todos continuaron con su vida, incluso ella.

Mi amiga Elsa perdió su departamento de Tecamachalco, jamás pudo volver a conseguir los empleos que había tenido, se deprimió pues se sintió inútil y al poco rato envejeció, engordó y se encerró.

En la actualidad, mi amiga Elsa sigue siendo esa linda e inteligente persona que conocí. Su hijo se convirtió en un atractivo hombre que ha hecho carrera como comunicador, denunciando abusos. Aún juntos madre e hijo, no han podido llegar a donde ellos pensaban que estarían en el siglo XXI, pues 1983 los dejó marcados y arrasó con sus planes.

Hoy, me da mucho gusto que un poquito de justicia se haya hecho: Marcial Maciel ha sido ligeramente castigado pero altamente expuesto ante la sociedad… un poquito de justicia… aunque mi amiga Elsa se haya acabado.